La corte de Carlos IV
9781465668943
213 pages
Library of Alexandria
Overview
Sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, vagaba por Madrid un servidor de ustedes, maldiciendo la hora menguada en que dejó su ciudad natal por esta inhospitalaria Corte, cuando acudió a las páginas del Diario para buscar ocupación honrosa. La imprenta fue mano de santo para la desnudez, hambre, soledad y abatimiento del pobre Gabriel, pues a los tres días de haber entregado a la publicidad en letras de molde las altas cualidades con que se creía favorecido por la Naturaleza, le tomó a su servicio una cómica del teatro del Príncipe, llamada Pepita González o la González. Esto pasaba a fines de 1805; pero lo que voy a contar ocurrió dos años después, en 1807, y cuando yo tenía, si mis cuentas son exactas, diez y seis años, lindando ya con los diez y siete. Después os hablaré de mi ama. Ante todo debo decir que mi trabajo, si no escaso, era divertido y muy propio para adquirir conocimiento del mundo en poco tiempo. Enumeraré las ocupaciones diurnas y nocturnas en que empleaba con todo el celo posible mis facultades morales y físicas. El servicio de la histrionisa me imponía los siguientes deberes: Ayudar al peinado de mi ama, que se verificaba entre doce y una, bajo los auspicios del maestro Richiardini, artista napolitano, a cuyas divinas manos se encomendaban las principales testas de la Corte. Ir a la calle del Desengaño en busca del Blanco de perla, del Elíxir de Circasia, de la Pomada a la Sultana, o de los Polvos a la Marechala, drogas muy ponderadas, que vendía un monsieur Gastan, el cual recibiera el secreto de confeccionarlas del mismo alquimista de María Antonieta. Ir a la calle de la Reina, número 21, cuarto bajo, donde existía un taller de estampación para pintar las telas, pues en aquel tiempo los vestidos de seda, generalmente de color claro, se pintaban según la moda, en términos que, cuando esta pasaba, se volvían a pintar con distintos ramos y dibujos, realizando así una alianza feliz entre la moda y la economía, para enseñanza de los venideros tiempos. Llevar por las tardes una olla con restos de puchero, mendrugos de pan y otros despojos de comida a D. Luciano Francisco Comella, autor de comedias muy celebradas, el cual se moría de hambre en una casa de la calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que era jorobada, y le ayudaba en los trabajos dramáticos. Limpiar con polvos la corona y el cetro que sacaba mi ama haciendo de reina de Mongolia en la representación de la comedia titulada Perderlo todo en un día por un ciego y loco amor, y falso zar de Moscovia. Ayudarla en el estudio de sus papeles, especialmente en el de la comedia Los inquilinos de sir John o la familia de la India, Juanito y Coleta, para lo cual era preciso que yo recitase la parte de Lord Lulleswing, a fin de que ella comprendiese bien el de milady Pankoff.