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Alma vasca

9781465643421
201 pages
Library of Alexandria
Overview
BELLO rincón del Cantábrico, dulce y fuerte Vasconia! Eres toda verdor y jugosidad, y tienes la profunda seducción que el marino de raza conoce: nostalgia y encanto de pleno mar. Cuando en la descampada cima del monte, sentado bajo el cielo luminoso, veo tenderse a mis pies la muchedumbre de colinas, cañadas y vallecicos, no puedo decir propiamente que mi impresión sea entonces intelectual, porque apenas toman parte las ideas en mi arrobo; es, mejor, una sensación de delicia casi exclusivamente sensual. ¡El alma se asoma entera a los ojos, y todo el paisaje se ha acumulado en la absorta fijeza de los ojos! Los ojos, poseyendo una especie de facultad divina, reflejan y absorben el verdor del paisaje, y todo el sér queda convertido en una blanda cosa tierna, amable, verde. Todo es verdura allá abajo. Y la misma altitud desde donde contemplo el panorama facilita a los ojos la posibilidad de admirar las cosas como en un plano de relieve, como en un cuadro de Navidad, como en una demostración idílica. Lo idílico es lo particular de la naturaleza cantábrica, desde Galicia al Pirineo. En vano las sierras abruptas y los cerros boscosos ensayan con frecuencia sus rasgos terribles y masculinos; siempre resalta y vence el idilio, en su acepción infantil y femenina. A mis pies, a tiro de piedra, debajo del monte desierto y erial, veo el lomo suave de un collado, con una casa blanca en el centro. Ninguno de los elementos clásicos que componen un cuadro de égloga falta allí; el prado de terciopelo, el manzanal simétrico, el bosquecillo de castaños, la huerta, el arroyo en la hendidura de la cañada, y, finalmente, el hilo de manso humo que brota del tejado rojizo, como una definitiva expresión de paz bucólica. Este mismo cuadro, tal vez un poco banal por demasiado visto, acaso excesivamente de cromo o de lección elemental de dibujo, se repite hasta el infinito. Collados de suave lomo, colinitas cultivadas, praderas y casas albas, hondonadas con arroyos y bosquecillos de castaños: todo eso, tan amable e igual siempre, forma el manto encantador del país, especialmente en su proximidad a la costa. De ese paisaje está sin duda llena el alma, porque él nutrió las primeras contemplaciones de la niñez. Es el leitmotiv de los recuerdos adolescentes, los más importantes de la vida y los que en suma prestan carácter a nuestros sentimientos. Esos cuadros de égloga, junto a la grandeza variante del mar, impresionaron con vigor el tierno espíritu, a la edad en que las cosas se fijan como verdaderas sustancias trascendentales. ¿Pero no hay un peligro en el fondo de esa naturaleza tan blanda e idílica? Sin duda existe en ella el riesgo de lo excesivamente mimoso. Su blandura demasiado fácil, su poco de banalidad, y algo como un abuso de la ternura verde, guardan el mal de lo que no ofrece resistencia. Es un paisaje demasiado accesible y nos amenaza con la tentación del conformismo. Invita a un epicureísmo fácil y tiene, por tanto, el riesgo de provocar en nuestras ideas y sensaciones la voluntad negativa de la no lucha. Es tal vez por lo que el genio cantábrico, desde Galicia al Pirineo, cuando permanece fiel y pegado a la tierra, cae fácilmente en la simplicidad y en la ñoñez. Y esto explica acaso el por qué las figuras vascongadas, que han actuado con fuerza en el mundo, nunca han actuado en su propio país. El vasco es un hombre de emigración, y el país vasco es ante todo un almácigo de energías humanas que fructifican en su trasplante a otros climas. El clima castellano es el que mejor prueba al genio vasco, quizá por lo que tiene de nutrido, sobrio y denso Castilla; por lo que tiene de compensador y complementario.