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Sónnica la cortesana

Novela

9781465640239
301 pages
Library of Alexandria
Overview
Cuando la nave de Polyantho, piloto saguntino, llegó frente al puerto de su patria, ya los marineros y pescadores, con la vista aguzada por las distancias del mar, habían reconocido su vela teñida de azafrán y la imagen de la Victoria, con las alas extendidas y una corona en la diestra, llenando todo el filo de la proa, hasta mojar sus pies en las ondas. —Es la nave de Polyantho: la Victoriata, que vuelve de Gades y Cartago-Nova. Y para verla mejor, se agolpaban en el pretil de piedra que cerraba los tres lagos del puerto de Sagunto, puestos en comunicación con el mar por un largo canal. Los terrenos bajos y pantanosos, cubiertos de carrizales y enmarañadas plantas acuáticas, extendíanse hasta el golfo Sucronense, que cerraba el horizonte con su curva faja azul, sobre la cual resbalaban como moscas los barquichuelos de los pescadores. La nave avanzaba lentamente hacia la embocadura del puerto. La vela roja palpitaba con los soplos de la brisa sin lograr hincharse, y la triple fila de remos comenzó á moverse en sus flancos, haciéndola encabritarse sobre las espumas que cerraban la entrada del canal. Caía la tarde. En una altura inmediata al puerto, el templo de Venus Afrodita reflejaba en la pulida superficie de su frontón el fuego del sol poniente. Una atmósfera de oro envolvía la columnata y los muros de mármol azul, como si el padre del día, al alejarse, saludase con un beso de luz á la diosa de las aguas. La cadena de montes obscuros, cubiertos de pinos y matorrales, extendíase en gigantesco semicírculo frente al mar, cerrando el fértil valle del agro saguntino, sus blancas villas, sus torres campestres y sus aldeas surgiendo entre las masas verdes de los campos. En el otro extremo de la montuosa barrera, esfumada por la distancia y el vapor de la tierra, veíase la ciudad, la antigua Zazintho, con el caserío oprimido en la falda del monte por murallas y torreones: y en lo alto la Acrópolis, los ciclópeos muros, sobre los cuales destacábanse las techumbres de los templos y edificios públicos. Reinaba en el puerto la agitación del trabajo. Dos naves de Marsella cargaban vino en la laguna grande; una de Liburnia hacía acopio de barros saguntinos y de higos secos para venderlos en Roma; y una galera de Cartago guardaba en sus entrañas grandes barras de plata traídas de las minas de la Celtiberia. Otras naves, con las velas plegadas y las filas de remos caídas en sus costados, permanecían inmóviles junto al malecón, como grandes pájaros dormidos, balanceando dulcemente sus proas de cabeza de cocodrilo ó de caballo, usadas por la marina de Alejandría, ú ostentando en el tajamar un espantable enano rojo, semejante al que adornaba la nave del fenicio Cadmus en sus asombrosas correrías por los mares. Los esclavos, encorvados bajo el peso de ánforas, fardos y lingotes, sin otra vestidura que un cinturón lumbar y una caperuza blanca, al aire la atormentada y sudorosa musculatura, pasaban en incesante rosario por las tablas tendidas desde el pretil á las naves, trasladando al cóncavo vientre de éstas las mercancías amontonadas en el muelle.