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Cosas que fueron

Cuadros de costumbres

9781465638229
400 pages
Library of Alexandria
Overview
CON estas dolorosas palabras, arrancadas á la conciencia de su genio, quejábase el malogrado Fígaro hace años del indiferentismo de aquella época en que, sin embargo, brotaban á su vista las maravillas del arte romántico, repetía el aire las armoniosas desesperaciones de Espronceda, y esparcíanse los ánimos con las sales y agudezas de Breton de los Herreros. Quien no creaba, aspiraba á crear, ó tenía, como timbre de su vida pública, á gala y blasón cultivar algún género de literatura, ó rozarse al menos con los sacerdotes del arte, enorgulleciéndose si alguna vez lograba penetrar en el sancta-sanctorum ante cuyo dintel se detenían con respeto los profanos. ¿Qué hubiera dicho Larra, viendo el oficio sustituir al arte y el desprecio á la indiferencia de que tanto se condolía, y que sólo llorar le era ya dado, pues ni necesidad hay hoy de traducir? ¿No se venden más libros franceses que españoles? Las letras van de caida: el vulgo, que tanto atormentaba á Horacio, ha ingresado en la orquesta, y con su ruido de gigante apaga todas las melodías. No hay á quien acusar de indiferente, porque no es posible que nadie se deje oir entre semejante barahunda, ver entre nivel tan constante, ni admirar entre igualdad tan deseada. Publicar un libro de recreo en este pobre país desvencijado, es convidar á mieles al hambriento ó á hacer cuadros vivos al desnudo. Cuando nuestras revoluciones han provenido de fuera, han traído entre sus negros pliegues de desventuras momentaneas algo fecundo que, semejante al polen acarreado por las tempestades, debía producir frutos iguales á aquellos que en campos más dichosos confiaron sus semillas al hálito del huracán pasajero. Así vimos venir con la influencia del poder absoluto de Luis XIV los reglamentistas literarios que fustigaron á los autores de pasadas anarquías, y con la revolución é invasión francesas la libertad de pensamiento y el instinto de independencia artístico y propio, triunfante en aquella lucha, como el territorial y político. Pero cuando las revoluciones no provienen de influencias generales, sino de exclusivas y fatales desesperaciones, el vulgo desconfiado á nadie reconoce por jefe, teme encontrar el engaño donde está la autoridad, la celada misteriosa donde le enseñan el deleite, y sin fiarse de nadie, temeroso de todo el mundo, no consiente en ser espectador de nada. Queriendo intervenir en todo, todo se degrada á su contacto, hasta que, convencido, como el niño que quiere acariciar la luna, de su libre impotencia, resígnase escarmentado, oye razones, atiende á consejos y confía, áun amenazando con su cólera, á manos más expertas que las suyas, lo que estas rompen ó desbaratan para que aquellas construyan ó edifiquen. Entonces los sabios crean, los cantores modulan, los poetas cantan y el vulgo, replegándose como en las tragedias antiguas á las filas del coro, deja que le enorgullezcan sus héroes ó que le entusiasmen y glorifiquen sus artistas. Promovida, á mi ver, nuestra aún no terminada revolución política, más bien por la desesperación que en todos causaban constantes causas de seguros males, que por el deseo de nuevos ideales filosóficos, antes fué acto de cólera y término de paciencia, que meditado deseo de nuevas y radicales formas. Así es que la sociedad no tuvo que extremecerse en sus cimientos, y, más bien como axioma que como problema revolucionario, continuó siendo un hecho en sus primeros días la anterior forma del Estado. No sólo no cambiaron las ideas, sino que conquistaron para sí adversarios antiguos: pero lo que la común desgracia había derrocado tenía que reconstruirlo la desconfianza común. El número fuéDeus ex machina, la cantidad engendró la calidad, y ufana y orgullosa de su anterior potencia, largo tiempo ha de durar la tutela de todos sobre el hijo que todos engendraron.