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Historia da Grecia

9781465571076
79 pages
Library of Alexandria
Overview
En el comedor de los Extranjeros del Club Automðvil, los convidados estaban acabando de comer. Eran las diez de la noche y los jefes de comedor servëan el cafê. Los mozos se habëan retirado y en el salðn contiguo estaban preparadas las cajas de cigarros para los fumadores. Habëa allë doce comensales, seis hombres y seis mujeres, además del anfitriðn, Cipriano Marenval, cêlebre industrial que habëa hecho una inmensa fortuna fabricando y vendiendo una fêcula alimenticia que lleva su nombre. En torno de la mesa, adornada de flores extraîas y chispeante de cristales y de argenterëa, las mujeres de dudosa moral y los amables vividores convocados por Marenval estaban agrupados en un desorden tan familiar como explicable, dada la excelencia de los manjares y la calidad de los vinos, y escuchaban á un joven alto y rubio que, á pesar de las frecuentes interrupciones de que era objeto, seguëa hablando con tranquilidad imperturbable:’¡No! no creo en la infalibilidad humana; ni siquiera en la de los que tienen la profesiðn de dictar sentencias y que pueden por consecuencia atribuirse una experiencia particular. ¡No! no creo que en el momento en que un ciudadano como ustedes y como yo se sienta en el banco de madera de la tribuna del jurado se vea s÷bitamente iluminado por revelaciones superiores que le otorguen la ciencia infusa. ¡No! no creo que unos honrados padres de familia, ni siquiera los solteros, en cuanto se endosan una toga, con ð sin armiîo, no sean ya susceptibles de engaîarse ni de dictar sentencias discutibles. En resumen, reclamo el derecho de creer en la ceguera de nuestros compatriotas en general y de los jueces en particular y siento, en principio, la posibilidad del error judicial!' La concurrencia prorrumpið en voces tumultuosas, se elevð un concierto de imprecaciones y algunas de aquellas seîoras empezaron á golpear los vasos con la hoja de los cuchillos. Los amigos del orador trataron una vez más de imponerle silencio con sus risotadas.’¡Maugirðn, nos estás aburriendo