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Los hermanos Plantagenet

Manuel Fernández y González

9781465564382
213 pages
Library of Alexandria
Overview
EL día 15 de noviembre de 1194, á la hora en que el sol se ocultaba tras los remotos confines del condado de Middlesex, tiñendo con reflejos amarillentos los girones en que se rompía al Occidente el ancho pabellón de nubes que encapotaba el cielo, una galera de altos mástiles y agudas velas navegaba lentamente, ayudada por los remos de cien galeotes, subiendo con dificultad la corriente del Támesis, á dos leguas de distancia de Londres. Sobre el alcázar de popa de esta galera, recostado en un mástil en que apenas ondulaba al débil impulso de una pesada brisa sudeste un pendón rojo, cuyas plegaduras no permitían conocer los detalles del blasón que dejaba notarse de una manera confusa sobre él; apoyado en este mástil, repetimos se veía un hombre de figura atlética, con la mirada fija en la distante ciudad. Rodeábanle otros tres hombres, pero á cierta distancia, sin duda por respeto, que miraban al mismo punto que el primero, con una expresión marcada de impaciencia. Y esta impaciencia era muy natural; la galera adelantaba con tanta lentitud, que á primera vista hubiérasela podido creer anclada, á no ser por el continuo y monótono ruido que producían azotando el agua los remos de los galeotes. Suponiendo que nuestros lectores se impacientarán si llamamos mucho tiempo su atención sobre el perezoso bastimento, lanzaremos nuestro relato á todo vagor, pasaremos como un meteoro entre las áridas y solitarias riberas de los condados de Surrey y Middlesex, cuyos límites naturales entre sí señala el Támesis, y sólo nos detendremos en una ensenada de la isla de los Perros. Una vez allí, deberemos tomar tierra y observar. El islote que hoy se denomina de los Perros, era en la época á que nos referimos, un terreno largo y extrecho, levantado sobre el río á gran distancia de entrambas márgenes. Coronábalo un espeso bosque de árboles que la mano del hombre no había cultivado; y ninguna senda nacía en sus riberas que atestiguase el paso de la planta humana. Nadie había pensado en ponerle nombre, ó al menos nosotros lo ignoramos. Sea como quiera, desde él se veía perfectamente á Londres tendido á su altura, y levantando sobre la margen izquierda el recinto torreado de la ciudad y la villa, y sobre la derecha las feas casas de madera del arrabal Sowttwark. Nada de notable se veía en éste, mientras por el contrario, dominando los muros de la ciudad y de la villa, se destacaba sobre el doble fondo de los campos y del celaje la confusa aglomeración de torres de la Torre de Londres, entre las cuales como un pino entre retamas se alzaba la de White-tower (Torre blanca) construida por Guillermo el Conquistador: más allá en el centro de la ciudad, aparecía la gótica torre de la iglesia de San Pablo, destruida más adelante por un incendio en 1666, y reconstruida en 1675 por el ilustre arquitecto sir Cristóval Wren; últimamente, las agujas de la abadía de Westminster, las cúpulas de Whitehall y de San James, y las menos notables de la iglesia de San Miguel en Cornhill, y las de San Bride y San Duntan, se levantan sobre la extensa silueta de Londres.